La misión en la Iglesia nace del Corazón de Jesús

Por Alberto Almiron Vargas
Celebrar el mes de las misiones y al mismo tiempo, volver la mirada sobre el caminar de nuestra parroquia desde su espiritualidad, proyectos, anhelos e ilusiones, es como estar abordando aspectos de una misma realidad. A lo que me refiero es que la misión en la Iglesia no es un añadido pastoral, y lo que celebramos no es un hecho aislado que suma a lo que vamos haciendo, sino que es lo que la constituye como tal en tanto que es el Espíritu Santo quien la impulsa y la renueva para vivir en fidelidad y responder a los retos actuales: “La Iglesia peregrinante es misionera por naturaleza, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre,…” (Ad Gentes, 2).
Esto quiere decir que el llamado a ser una comunidad parroquial misionera, según el querer de Dios, no se reduce a las acciones concretas que se realizan hacia afuera, sino que brota de una profunda espiritualidad y sentido de pertenencia al corazón mismo de Jesús: “El Espíritu del Señor me ha ungido para anunciar a los pobres la gran noticia: ¡ha llegado la salvación!” (Lc 4, 18). Desde este aspecto tan neurálgico para nuestro ser cristianos católicos, comprendemos la experiencia, por ejemplo, de Santa Teresita de Lisieux, carmelita descalza que nunca salió del convento donde practicaba la contemplación y, sin embargo, fue declarada por el Papa Pío XI como patrona universal de las misiones (1925).
De este modo, la misión de la Iglesia hunde sus raíces en la experiencia de Jesús, en su llamado y en su envío: “Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura” (Mc 16,15). Esta constatación nos invita evidentemente a movernos y a renovarnos en nuestra espiritualidad cristiana. Es tiempo de dejarnos impulsar por el Espíritu Santo hacia una nueva comprensión de nuestro ser Iglesia, porque en la renovación está el misterio de la vida en su camino de plenitud. Renovarse no es permanecer en el mismo lugar, sino moverse hacia todo lo que nos proporcione más plenitud de corazón, mayor convicción en lo profundo del alma, claridad de mente e integridad de conducta; en última instancia, es ir configurando nuestro corazón, al corazón de Jesús, a través de su Palabra y por la acción del Espíritu Santo.
Anclados a estas perspectivas y con una mirada de esperanza desde nuestro quehacer eclesial y misionero, nuestra parroquia ha apostado por visibilizar el compromiso de seguir las huellas del Maestro y hacer latir nuestro corazón al unísono con el de Él. Por ello es que estamos comprometidos parroquialmente con acciones misioneras concretas donde nos acercamos a realidades que de suyo son complicadas, pero que devuelven mucho sentido a nuestro ser cristiano. Entre estas acciones tenemos el voluntariado que, mes a mes, colabora con la iniciativa social “Chepe se baña”, devolviendo dignidad y color a las personas que se encuentran en condición de calle. La mirada a esta acción viene del hecho de sentir que estas personas son parte de nosotros, son nuestros hermanos y no los podemos ignorar.
Constatamos que, tanto el llamado a ser discípulos de Jesús, como estos lugares de misión, siguen siendo una manera de actualizar nuestra vocación al amor y continuar descubriendo la misericordia de Dios que se manifiesta en cada uno de nuestros hermanos vulnerables y olvidados por la sociedad. Solamente de esta manera, y con una profunda atención a las mociones del Espíritu Santo, es que podemos ahora sí celebrar como Iglesia este mes de las misiones y agradecerle al Dios de la vida por darnos el regalo de estar insertos en el Sagrado Corazón de su Hijo, Jesucristo.